A continuación una carta que me escribió mi papá:
El otro día estabas incontrolable. Al principio tu mamá aguantaba estoica todos y cada uno de tus movimientos. Luego, una mueca me reveló tu movimiento, ella se tocaba la panza todo alrededor, cuan grande es tratando de apaciguarte, hasta que se sentó e intentando leer (tu madre lee mucho, lee todo el tiempo, lee, lee y lee y a veces para descansar, lee otras cosas o te lee a ti) me volteó a ver y dijo “Aau”. No fue un quejido, no fue un dolor, fue más bien una descripción supongo que ante mi atónita cara de azoro que ante la súbita inclusión en el cuadro maternal se transformó en inmediata y enorme sonrisa. “Mi nena” dije sin específicamente referirme a ninguna de las dos o incluyéndolas a las dos, aprovechando este corto momento en que puedo usar el singular para referirme al plural que implica el embarazo.
Arrimé la silla para acercarme y descubriendo el vientre hice contacto (de nuevo pluralmente) dando vuelta tras vuelta.
¡Por arriba! ¡Por abajo! ¡Por en medio! Una veces largas y ligeras otras cortas y bruscas, las señales de que te mueves dentro del vientre materno eran evidentes y estremecedoras, un cachondeo intrauterino directamente de la madre a la hija, una marea de placenta que no detenía su vaivén en los juegos acuáticos de la comodidad primera de la vida. Uno de esos pequeños contactos que me aseguran que no es mentira lo que dicen los ultrasonidos, que no es un invento de mi imaginación, que no es solo un anhelo desvariante el pensar que vienes en camino; sino uno de esos momentos objetivos y concretos que hacen evidente tu presencia. Que lo hacen evidente y que suben hasta mi hipotálamo para convertirse en esencia, esencia de la vida.
¿Yo?
Emocionado claro, respondí igual; claro. No paraba de darle la vuelta a la panza de mamá, habitáculo prenatal, subterfugio del amor irreverente y espontáneo que nos profesamos Paola y el que aporrea las teclas del ordenador en este momento. ¡Arriba! ¡Abajo! ¡Los lados! ¿¡Qué te crees cabrona, que eres la única que podrá hacer cachondeo uterino!? Y venga que te siento y sé que me sientes y en una de esas hasta me hizo recordar a mis años de preparatoria donde finteaba algún pase con el balón de basquetbol pero no lo soltaba y venga a darle vueltas entre las manos, solo que en vez de sentir la rugosa goma del balón siento la piel de mi amada y en vez de pibote siento el ombligo botado de la mujer que en este preciso instante eleva las comisuras de sus labios para ilustrarme lo que ya yo mismo estoy sintiendo y es que dejas de moverte… te tranquilizas.
Ha sido uno de esos momentos mágicos. Ante la embestida paterna detuviste tu vaivén. Miles de interpretaciones podría tener. Tal vez solo te cansaste de repetirlo por más tiempo, pero no se siente como tal. Se siente como una respuesta, como si hubieses querido saludar a papá, como si fuera la primera vez que jugamos a la pelota, como si me reconocieras, como si me hablaras, como si me vieras.
No sé.
No sé que fue.
Un instante mágico, eso fue.
Una razón más sobre lo incomprensible que resulta en el mundo mi bregar.
Una razón más para seguir andando… y no parar jamás.
Mayo de dosmilocho.
Papá.
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